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domingo, 7 de febrero de 2016

Bella Vista, Nicolàs Guglielmetti, Vox Ediciones 2015

Las ruinas de Yugoslavia

                                                                                                        A mi abuelo Víctor que        
                                                                                                       pasó la vida zanjeando
                                                                                                       para trasportar la mierda y
                                                                                                      el agua de esta ciudad

Existe algo más yugoslavo que Petrovich se pregunta Dovichenko
mientras fija la mente en un cenicero lleno de colillas
y deduce que ese es el alma de lo que no pudo decirse

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A tres cuadras de la remodelada estación de colectivos
frente a la Villa Rosario te daban dos puñaladas de ventaja
sin embargo el viejo Martínez se rendía tras una jornada
pesada de zanjeo a los yugoeslavos que preparaba el cantinero.

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Un yugoslavo puede ser un tipo pintón,
un rubio criollo mal denominado o una mitad
de vino blanco con una media de tinto mixturado
por un bloque diminuto de agua en estado de solidificación.

Según pude saber el trago no trascendió los muros del barrio
 y se debió al capricho de un habitué ensañado
con el cantinero de turno mientras en canal nueve hablaban de Putin

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Frente a la iglesia de la cortada de Espora
vendían vino suelto mal rebajado
cuando una botella de brama no llegaba a un sope.

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Hasta que tuvimos laburo, que fue tarde,
todos tomábamos en la vía mientras algunos chetos
pasaban en el coche de sus viejos.

En invierno escondíamos las botellas en un baldío.
De ser necesario se prendía fuego,
de ser necesario se le convidaba vino a los crotos.

Cuando pasaba la cana nos agazapábamos.

La vía daba a la espalda de los boliches.
Cuando estábamos puestos entrábamos.

Las rusas parecían disfrutar de ese gusto áspero en los labios
como esas cosas de las que se desconoce el origen.

Con los chicos decidimos juntarnos en una casa.
De treinta pasamos a diez, nuestras anécdotas remitían a las vías.

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Un día le pusieron al Fufi bocha de puñaladas.
No volvió a fumar, se salvó de pedo.

#

Con los chicos ya no creemos en la revolución.

La mayoría entró a laburar en las empresas del Polo
y si no hay Smirnoff no toman.

A mí me dicen que deje de soñar.

Cuando me ofrecen laburos en negro para los diarios fachos
pienso en el viejo Martínez que murió en la suya.


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aullidos y cabriolas